Acaricio a mi gato mientras espero que el meteorito impacte sobre la tierra. Miro a través de la ventana pasando mi mano sobre el suave pelaje del felino. No sé si sabrá que nos quedan pocos minutos de existencia. Está durmiendo, ronroneando, está en ese delicioso sueño propio de los gatos.

Yo quisiera estar así, ser ignorante de aquel exterminio, quisiera estar en ese estado tan relajado.

La temperatura sube. Es señal de que el meteorito pasó la capa de ozono.

Parece que el calor ya ha empezado a molestarle, porque salta de su camita y va al piso. Siempre le gustaba echarse atrás de mi cama, y va ahí. Se extiende y se aplasta contra el suelo y la pared. Yo me agacho para verlo, y no puedo evitar llorar. Las lágrimas salen porque voy a desaparecer, así sin más.

No he hecho las cosas que quería hacer, no he ido a los lugares a los que quería ir, no he comido lo que quería comer. Me arrepiento más de lo que no he hecho, que de lo que he hecho. Cuantas navidades perdidas he tenido, y aunque no comparta el espíritu navideño, más bien yo era un grinch de la navidad, esas reuniones eran motivo para estar con la familia, con esos familiares a los que no veía años… sí, años sin verlos. Todo esto quedará sólo en palabras.

Los ojos del felino es lo último que miro.

Luis Benavides Pachas