Ella era la más fea de todas. Era tan fea que cuando se miraba al espejo, lloraba.
Soñaba con tener a su príncipe azul, pero con ese rostro y cuerpo, ni los sapos se le acercarían.
Se descargó varias aplicaciones de encuentros casuales entre desconocidos, pero le fue mal en todas sus citas. La gente se horrorizaba al verla. No tenía gracia alguna, ni sonrisa, ni tetas, ni poto, ni esas cosas que exige la sociedad; ni voz, ni mirada, ella era horrible. No calentaba, no los ponía duros, los ponía flácidos; en lugar de excitar a los hombres, les causaba impotencia.
Cualquiera en su lugar se suicidaría.
Le gustaba alguien de su trabajo, pero esa persona ni aunque le pagaran estaría con una fea de mierd*. También le gustaba alguien de su instituto y alguien del mercado. En realidad, tenía varios amores platónicos, que por más cerca de ella que estén, estarán bien lejos.
Un día de invierno, en donde los sentimientos afloran más que nunca, se subió a un puente y se tiró.
No murió ahí mismo, lo hizo en el hospital, después de horas de dolor físico y emocional.
Fue una muerte bien fea.
Luis Benavides Pachas