El virus mutó, ya no es nivel 19, es nivel 20. El contagio está en el aire mediante el dióxido de carbono causado por los niños. Nadie se lo explica, pero los anticuerpos en temprana edad están generando unas cantidades aterradoras de CO2. Esto afecta tanto al planeta como a los seres vivos. Los glaciares se derriten y el nivel del mar aumenta medio metro cada día. La gente se enferma y también la naturaleza.
Las posibilidades de invadir otro planeta quedaron descartadas, porque este gas llenó completamente todo el globo terráqueo y se escapa por la atmósfera. Los niños están causando esto. Con su sola respiración, el dióxido de carbono se expande a través de todo este universo. Ni una parte es segura. La luna tiene un comportamiento muy raro al igual que el sol. Salen a horas irregulares, no se sabe cuándo es de día y cuándo es de noche; por momentos hay luz y por momentos oscuridad.
La marea se eleva demasiado y van quedando pocas tierras firmes donde vivir. El mundo es un caos y la gente prácticamente vive en sus coches, porque tienen que estar en constante movimiento. El mar ya no se queda quieto. La luna en lugar de girar sobre su eje, hace girar el océano. Los polos opuestos se han juntado. Continentes enteros se pegaron y ahora son uno solo.
Científicos de todas partes del mundo están en un submarino buscando la cura. En el mismo lugar están los presidentes de todos los países. Ellos lo saben. En realidad, no hay un ser humano que no sepa cuál sería la solución, pero nadie se atreve a decirla.
La única solución: que los niños dejen de respirar.
Un día el mar empezó a quemar como el mismo infierno y fue ahí cuando lo que tanto temían se concretó. Los niños tenían que morir. Esa era la cura.
Algunos padres lo hicieron ellos mismos de la manera menos dolorosa para sus hijos, pero otros no podían y alguien más lo hacía por ellos. Tenían que hacerlo, porque las autoridades ya habían dado la orden de matar a todos los niños del planeta. Si los mismos padres no lo mataban, venían los militares y usaban sus armas. O en el peor de los casos, venían extraños y con cuchillos o hasta sus propias manos, acababan con sus vidas.
Las calles se manchaban de sangre y había un montón de niños amontonados como si fuera basura. El mundo seguía igual de jodido, pero en el momento en que quemaron los cuerpos muertos de los niños, se dieron cuenta que eso mejoraba las cosas. Cuando mataron y quemaron al último niño sobre la faz de la tierra, murió el virus, el futuro y la humanidad.
Luis Benavides Pachas