Este era el segundo año que el gato pasaría navidad encerrado en esa jaula. Nadie lo quería comprar porque ya era “viejo”. Era negro, lo que disminuía sus posibilidades de ser adquirido; hay mucha gente en el mundo que piensa que los gatos negros son de mala suerte.

El gato no saltaba ni ronroneaba. La jaula era tan pequeña, que no le permitía saltar. Se había resignado a pasar toda su vida encerrado, por eso dormía la gran parte del día, mucho más de lo que normalmente suelen dormir.

Un día fue sacado de su jaula. Sus ojos se iluminaron como cuando un niño recibe un juguete nuevo en navidad, pero lo sacaron para sacrificarlo; no era rentable para los dueños del negocio.

Luis Benavides Pachas